Cada año, coincidiendo con El Desierto de los Niños, ponemos en marcha una curiosa competición, que consiste en ver quién es el que se atasca menos veces en la arena. El concurso comienza desde que bajamos del barco en Marruecos hasta que subimos en el ferry de vuelta a casa. Puntúa cualquier atascada, ya sea en el parking del hotel o en una profunda poza de arena junto a la duna más ata del Erg Chebbi. Si te atascas, tienes un punto. Y si hace falta ayuda de un coche rival para sacarte, tienes dos. Dos puntos y el Sambenito de torpe del día, que es lo peor.

Los participantes han ido cambiando a lo largo de los años, pero hay uno de nunca faltaba al duelo. Un rival que comenzó siendo un alumno torpe y fácil de ganar, que se atascaba en cualquier montoncito de arena, para convertirse en un enemigo duro de pelar. Tan duro de pelar que en la competición de 2016 nos ganó. Ese rival es mi amigo, nuestro amigo, Juan Carlos del Pozo. Y digo nuestro, porque si hay una palaba que define perfectamente a Juan Carlos es esa: amistad. Amistad con mayúsculas.

Ayer, en uno de los días más tristes de mi vida, de nuestras vidas, tuvimos que despedir a Juan Carlos, que no ha conseguido superar su última gran duna: la de una enfermedad que nos lo ha arrebatado. Pero Juan Carlos no se ha atascado. Simplemente ha iniciado otro juego: el de surfear las dunas de la eternidad, repartiendo amistad y felicidad allá por donde vaya.

Juan Carlos… has dejado un hueco muy, muy grande en todos nosotros. Tan grande como ese pedazo de corazón que tenías. Ayer conseguiste abarrotar una iglesia, a la vez que has logrado que suban las acciones de los pañuelos de tanto secar lágrimas. Pero también conseguiste que hubiera muchas sonrisas entre quienes recordaban los grandes momentos vividos contigo. Porque quienes hemos tenido la suerte de ser tus amigos, nos llevamos el haber disfrutado de una persona que lo daba todo a cambio de nada. De un grande entre los grandes.

Y a partir de ahora, cuando vayamos a Marruecos lo haremos un poco más solos en lo físico, pero mucho más acompañados en lo espiritual, porque tú viajarás siempre con nosotros. Y cada vez que un coche se quede atascado te veremos corriendo con una sonrisa de oreja a oreja, móvil en mano para inmortalizar el momento. Y cuando estemos descargando el camión del Desierto de los Niños, allí estarás tú, el primero, echando una mano para hacer lo mejor que sabes hacer: repartir felicidad.

Juan Carlos, te iba a decir aquello de “descansa en paz”, pero sé que no me vas a hacer ni pajolero caso. Así que… nos vemos en las dunas, siempre, eternamente.