@_NachoSalvador Foto: Joan Aymami Fotoracing

Debo aclarar que este tercer capítulo se escribió hace unos cuantos años, cuando el Dakar todavía era una carrera africana y la logística jugaba un papel importante. Por eso, aunque cuando lo escribí nadie pensaba que el Dakar pudiera cambiar de continente, o que se podría dormir en autocaravanas, he dejado el texto tal cual, porque creo que es interesante ver cómo era la carrera cuando todavía había bastante de aventura.

Para los que son nuevos, esto viene del primer capítulo del libro, que puedes encontrar aquí:

Capítulo 1. El día que odié el Dakar

Capítulo 2. ¿Por qué vamos al Dakar?

Capítulo 3

¿Qué se necesita para ir al Dakar?

No nos engañemos. Lo primero que hace falta para ir al Dakar es dinero, mucho dinero. Porque en el Dakar todo es caro, carísimo. Partamos de la base de que una condición indispensable para ir a la carrera es disponer de un vehículo de competición que debe estar perfectamente preparado para “soportar” los veinte días de carrera en condiciones extremas. No vale cualquier vehículo, ya que uno muy veterano, o con “achaques” de otras carreras, te acaba dando problemas. Y en el Dakar, los problemas son problemas de verdad.

Para quienes van por primera vez a la carrera y no disponen de mucho presupuesto, lo ideal es llevar un coche lo más nuevo posible, si es nuevo a estrenar, mejor, repasado de arriba abajo antes de empezar. Si se es mañoso con la mecánica se puede ir con lo puesto, sin asistencia, pero no hay que olvidar que, a las dificultades propias de la carrera, hay que unir que luego, por las noches, te tienes que dedicar a repasar el coche, con lo que restas horas de sueño y sumas cansancio. Pocos de los que van así suelen llegar a la línea de llegada. Hay que tener en cuenta que se debe tomar la carrera a un ritmo muy tranquilo para participar con este plan, pues un ritmo rápido son averías y para solucionar las averías hay que disponer de piezas de recambio. Y claro, en un coche, aparte de los elementos obligatorios, caben muy pocas cosas. Este ritmo lento hace que las jornadas de conducción sean mucho más largas, con lo que llegas más tarde a los campamentos y hay menos horas para descansar y reparar la montura. Así, lo recomendable sería, como mínimo, alquilar algo de espacio en un camión de asistencia, espacio que se paga a precios astronómicos. Tampoco está mal comprar una plaza en un vehículo de asistencia para llevar un mecánico propio que solucione tus problemas al final de cada día. O incluso hacer una mezcla de estas dos opciones, que es inscribir un vehículo de asistencia para ti solo, en el que puedes transportar bastantes piezas, además de contar con dos personas para tus reparaciones. Pero claro, esto es el suma y sigue.

Otro tema muy importante en un Dakar es el de los efectos personales. Ya hemos comentado que el espacio es limitado, o que, si no disponemos de ese espacio en el coche, llevar nuestros enseres en un camión sale caro, ya que el precio del transporte es por tamaño y no por peso. Te cuesta lo mismo llevar un metro cúbico de camisetas, que llevar un metro cúbico de pesados recambios. Así, lo primero que se tiene que plantear alguien que va a ir al Dakar es qué se lleva en su maleta.

La verdad es que, si te organizas un poco bien, con una bolsa de deportes grande tiene que ser suficiente. Lo ideal es una de buenas dimensiones que tenga ruedas para poder llevarla de un lado a otro, ya que una bolsa llena pesa lo suyo.

Para organizarte tienes que hacer un planteamiento de cómo será el día a día de la carrera. Tú, la mayor parte del tiempo vas a estar subido en el coche, y en el coche se lleva el mono, con lo que ya tienes resuelta una buena parte del tema. Con dos o tres monos tiene que ser suficiente para todo el rallye, ya que te puedes poner el mismo durante varios días, cambiándote, eso sí, lo que va debajo, la ropa interior. La carrera dura unos 16 días y hay una jornada, la de descanso, en la que no haces nada. Utilizas el primer mono durante los cuatro primeros días y luego lo cambias para los que faltan para la etapa de descanso. Ese día lavas los dos y ya tienes monos limpios para las otras ocho jornadas de carrera. Yo lo hacía así, pero además llevaba un tercer mono que guardaba durante todo el rallye para la etapa final, la del Lago Rosa, para poder llegar “decente” a la foto del podio.

En cuanto a la ropa interior, debajo del mono llevas unos calzoncillos, una camiseta y unos calcetines. Así que te harán falta tantas camisetas, calcetines y calzoncillos como días tenga la carrera, que deberás organizar antes de meter en la bolsa. Hay que hacer un juego para cada día y lo ideal es meterlo en bolsas individuales y envasarlo al vacío. Por dos motivos. Uno, porque al vacío abulta bastante menos. Otro, porque la ropa que llevas dentro no se ensucia, aunque vaya en la polvorienta caja de un camión. La bolsa puede estar llena de polvo, pero tus mudas estarán tan limpias como el día que hiciste la bolsa. Yo lo que hago es, una vez que tengo organizadas las mudas por días, llevarlas a mi carnicero, que me las guarda en las bolsas al vacío que se utiliza para el embutido. Si no tienes alguien de confianza que te pueda hacer este trabajo, otra opción es comprar bolsas con cierre hermético, de las que se usan para congelar. En cada bolsa escribirás, con un rotulador indeleble, el día que vas a utilizar esa ropa, con lo que el hecho de ir utilizándolas te sirve también de calendario, para ver lo que llevas o lo que te queda por hacer.

Para los pies, y dado que ahora es obligatorio correr con botines de competición, yo llevo un par de juegos de botines, que utilizo a la par que los monos, lavándolos también en la jornada de descanso, a los que sumo unos zapatos cómodos, que puedes usar en los hoteles, o para los viajes de ida y de vuelta a la carrera. Además, en la bolsa llevas dos o tres pantalones, que lo ideal es que sean de los que tienen cremalleras en las piernas para que se puedan usar como largos o como cortos, cuatro polos para las jornadas de verificaciones y para los viajes, alguna camisa, un forro polar y un anorac. Estas dos últimas prendas son muy importantes, tanto para los días que la carrera está en Europa, recordemos que es enero, como para las frías noches del desierto. También hace falta un neceser con gel de ducha, pasta de dientes, cepillo, enseres de afeitado, desodorante, un peine, etc. No pueden faltar, muy importante, un par de botes de repelente de mosquitos, ya que en muchos de los países por los que pasa la carrera hay malaria y la mejor forma de prevenir la malaria es que no te pique ningún mosquito, por lo que tienes que ir todo el día “duchado” con repelente. Y, por último, toallas. El tema de las toallas es importante. No se puede llevar una “normal”, ya que no se secaría y tendríamos que llevarla mojada con el equipaje. Además, las toallas abultan mucho. Así que existen dos opciones. La primera es usar toallas de gimnasio, que venden en centros especializados en deporte. Son como una bayeta de cocina, un poco más grandes, pero de la misma textura, y van en unos botes cilíndricos de plástico. Te secan bastante bien, aunque tienes que hacerlo por partes, y tienen la ventaja de que se secan muy fácilmente, pues basta con escurrirlas como una bayeta y dejarlas un rato al aire antes de guardarlas. La otra opción son las toallas de papel, que tienen la ventaja de que son más grandes, tanto como una normal. Las desventajas son que sólo se pueden usar una vez, con lo que tienes que comprar muchas (y al final abultan bastante, pese a que empaquetadas sean como una hoja de papel) y que son difíciles de encontrar, pues tienes que ir a comercios especializados en equipamiento profesional para gimnasios o centros de masaje. Yo los primeros años utilicé toallas de papel, pero desde que descubrí las de gimnasio he utilizado éstas. Llevando un par para toda la carrera es suficiente. Ya tenemos la bolsa lista que, como hemos podido comprobar, no tendrá que ser muy grande. Bolsa con la que tendrás suficiente para los veinte días de viaje… si no la pierdes.

En el primer Dakar que hice con Manolo Plaza, la edición 2000, que comenzaba el 6 de enero en Dakar, tuvimos un problema con nuestros vuelos. Manolo había reservado los billetes con el representante de la carrera en España, RPM, comprando dos billetes Madrid-Dakar el día 3 de enero. Pero cuál fue nuestra sorpresa cuando, unos días antes de empezar, llaman para decirnos que todavía no hemos reservado el hotel en la capital senegalesa. Como corríamos con un equipo francés, Sonauto, teníamos todo organizado una vez que llegábamos a Dakar y en el precio del paquete estaban incluidos los hoteles de toda la carrera. Pero para el representante en España eso no era excusa, pues el billete formaba parte de un paquete, y si no había reserva de hotel, no había billete. Hicimos todo lo posible por solucionarlo, incluso llamando a París, donde nos dijeron que nos tenían que dar servicio, que no había excusa posible. Y vaya si nos lo dieron, facilitándonos un billete para el día 28 de diciembre, una semana antes del día que teníamos que estar en Dakar. Y si ya había costado “vender” en casa que me iba al rallye, como para decir que me iba una semana antes… Total, que para solucionarlo compramos unos billetes Madrid-París-Dakar que, por cierto, eran bastante más baratos. El problema: que había una escala. Y cuando hay escalas, existen más posibilidades de que las cosas se pierdan.

Así, el día 3 de enero quedábamos en el aeropuerto de Barajas para iniciar nuestro viaje a Senegal. Como conozco de sobra como es esto de los viajes en avión, cuando tengo que volar para ir a una carrera hago una bolsa pequeña con lo mínimo imprescindible para poder correr, como es el casco, el mono, los botines, los papeles del coche, la documentación y las licencias. El resto se embarca.

Tras la escala en París (los dos vuelos fueron con Air France) llegamos a Dakar, ya de noche. Nos fuimos a las cintas por las que salen los equipajes a esperar hasta que, al rato, la cinta se puso en movimiento y comenzaron a salir maletas. Cientos de maletas pasaban ante nosotros, pero las nuestras no aparecían. “Qué mala suerte tengo, pensé, mi maleta siempre sale la última”. Pero me equivoqué. Mi maleta no salió nunca. Como tampoco salió nunca la de Manolo. Cuando la sala se quedó vacía y la cinta dejó de moverse, llegamos a la triste convicción de que no teníamos equipaje. Se me pasó por la cabeza lo que podría ser pasar los siguientes veinte días con lo que llevaba puesto. Bonita forma de empezar un Dakar.

Nos dirigimos a la oficina de equipajes desaparecidos, donde había una larga cola. Una cola en la que la mayor parte de los que estaban eran participantes de la carrera, personas llegadas de todas las partes del mundo en otros vuelos. No éramos los únicos, pero mal de muchos, consuelo de tontos. Tras casi una hora de espera, conseguíamos rellenar el formulario necesario para que tramitasen la recuperación de nuestros enseres. “Eso es que se han quedado en París, nos aseguraba sonriente el funcionario que había al otro lado de la ventanilla. Seguro que vienen en el vuelo de mañana por la noche”. ¿Seguro? Total, que nos fuimos al hotel con nuestro casco, nuestro mono y nuestros papeles.

Al día siguiente nos levantamos pronto, ya que teníamos que pasar las verificaciones administrativas, ir al puerto a buscar el coche de carreras e ir a las verificaciones técnicas. Todo fue perfecto y con el ajetreo de la jornada casi ni nos acordamos de que no teníamos nada. Ya por la noche, después de cenar, nos fuimos al aeropuerto a esperar el vuelo de París. Allí estaban también los participantes que habíamos conocido en la cola el día anterior, con los que estuvimos charlando sobre el desastre de nuestra situación, para matar el tiempo mientras esperábamos que fuesen llegando los aviones. Según iban apareciendo los vuelos, el grupo se iba haciendo más pequeño y cada vez que aparecía una maleta desaparecida había una sonora ovación por parte de todos nosotros. La verdad es que fue hasta divertido. Bueno, divertido hasta que volvieron a pararse las cintas y volvimos a quedarnos solos, sin maletas. Y esta vez no nos convenció mucho eso de “Seguro que se han quedado en París, vendrán en el vuelo de mañana” que volvió a soltarnos el funcionario. ¿Mañana? Mañana era nuestra última oportunidad, ya que a primera hora del día siguiente comenzaba el rallye. Ya podía ver los titulares: “Los guarros del Dakar”. ¿Cómo íbamos a estar veinte días sin cambiarnos?

Nuestro segundo día en Dakar lo pasamos descansando, pues nuestra única obligación del día era asistir a media mañana al breafing de la organización. Una charla en la que se reúnen todas las personas que van al rallye y en la que el organizador cuenta los pormenores de esa edición, medidas de seguridad, etc. La verdad es que resulta impresionante ver a tanta gente reunida y es en ese momento en el que te das cuenta de la cantidad de gente que mueve la carrera. Miles de personas que están allí para vivir una misma aventura, cada uno a su manera. Esa será la primera y última vez en la que estaremos todos juntos.

A mediodía nos encontramos con mis compañeros de la revista Motociclismo José Carlos de Mier y Javier Barranco, que había acudido hasta allí para cubrir las primeras etapas de la carrera. Nos comentaron que por la tarde tenían que ir al aeropuerto a confirmar unos billetes y se ofrecieron a llevarnos en su Hyundai Galloper de alquiler. Ese día teníamos más garantías de recuperar nuestras cosas, pues nos habíamos puesto en contacto con Ana Montenegro, una amiga que trabajaba en prensa de AENA. Para nuestra tranquilidad, Ana había telefoneado a sus colegas de Air France.

Como el día anterior, llegamos al aeropuerto, aparcando el Hyundai frente a la terminal, en un prohibido. Convenimos con José Carlos y Javier que ellos esperarían junto al coche hasta que volviésemos nosotros, momento en el que ellos irían al tema de sus billetes, mientras nosotros pasábamos a cuidar del automóvil mal aparcado.

Entramos en la terminal y nos dirigimos a la sala de recogida de equipajes, donde, con bastante puntualidad, comenzaron a salir las maletas del vuelo de París. Y las nuestras salieron las primeras. No nos lo podíamos creer, por fin teníamos nuestras cosas. Así que, más contentos que unos niños con zapatos nuevos, nos fuimos camino del coche. Al llegar junto al Hyundai, nuestros amigos no estaban y la policía nos había dejado un “regalito”: en la rueda delantera derecha había un cepo. Y yo que pensaba que había acabado nuestra mala suerte. Un minuto después llegaban nuestros compañeros, que se excusaron diciendo que, como tardábamos tanto, habían ido a la terminal para ganar tiempo. ¿Ganar tiempo? Allí estábamos, nosotros con las maletas, ellos con sus billetes y el coche con su cepo.

– Lo quitamos y nos largamos al hotel –comentó Javier.

– No – le repliqué-. El coche es de alquiler y si nos largamos sin pagar la multa podéis tener problemas a la hora de devolverlo. Vamos a buscar un guardia y a resolver esto, que seguro que nos cuesta cuatro duros.

Así que nos pusimos a buscar un guardia, que resultó estar detrás de nosotros observándonos. ¡Menos mal que no habíamos iniciado el plan de Javier!

– Bonsoire- le dije con mi mejor sonrisa.

– Bonsoire- me contestó él.

– Pues mire, resulta que hemos ido un momento a por estas maletas que nos había perdido Air France y al volver el coche tenía esto puesto.

– Claro- replicó él- es que aquí está prohibido aparcar. ¿No has visto la señal?

– ¿Señal? ¿Qué señal? ¿Javier, no has visto la señal? -increpé a mi colega haciéndome el indignado y poniendo cara de mala leche.

Y Javier ponía cara de admiración, sin saber muy bien de qué iba la cosa, ya que él no hablaba francés.

– Bueno- dijo Manolo llevándose la mano al bolsillo y dirigiéndose al agente-. ¿Supongo que habrá alguna manera de solucionar esto?

– Pues sí- contestó rápidamente él-. Se puede solucionar. Hace cinco minutos lo podríamos haber solucionado tú y yo, pero acaba de pasar el jefe y se ha llevado las denuncias, por lo que tendréis que ir a la comisaría a pagar la multa.

¡A la comisaría a pagar una multa!

– ¿Y dónde está la comisaría?

– Aquí cerca, detrás de aquel edificio. No tiene pérdida.

Total, que cogimos nuestro coche y nos dirigimos hacía la comisaría. Aparcamos en la puerta y entramos los cuatro en el interior. Era una habitación bastante destartalada, con grandes ventiladores en el techo y con un gran mueble largo a modo de mostrador, detrás del cual había cinco guardias viendo una película en el Canal +. Al principio ninguno nos hacía caso, pero al rato se levantó uno para preguntarnos por qué estábamos allí. Le explicamos lo de nuestra multa y él buscó la denuncia, que encontró rápidamente. Mientras Javier, el conductor, debía rellenar unos papeles, estuvimos charlando con el guardia, que resultó ser bastante simpático. Además, le encantaban las carreras y el tema del Dakar, por lo que en cuanto se enteró que estábamos allí para correr el rallye, iniciamos una animada conversación. Fue en ese momento cuando Manolo me miró con esa cara con la que me mira cuando quiere que liemos alguna y, aprovechando el desconocimiento del francés de nuestros colegas, empezó a decirle al policía que le íbamos a gastar una broma a nuestros amigos. Había que devolverles la jugada del cepo. ¿No se habían largado del coche?

Convenimos con el policía que les dijese que le tenían que acompañar y que cuando lo hiciesen les metería en una celda. Sólo cinco o diez minutos, pero que estuviesen en la cárcel.

Al policía le gustó la idea, se apartó de nuestro lado, les pidió los pasaportes, los observó un rato y les dijo a Javier y a José Carlos que tenían que acompañarle.

– ¿Qué dice? -preguntó José Carlos.

– No le entiendo muy bien- replicó Manolo-, pero creo que dice que tenéis que ir con él a no sé dónde. Nacho, ¿qué significa “prison” en francés?

– ¿Prison? Joder, no sé -contesté yo abriendo los brazos para aportar dramatismo al momento.

Los llevó por un estrecho pasillo hasta que llegamos a una puerta metálica con una ventanita, también metálica, que abrió con una oxidada llave que formaba parte de un voluminoso manojo. Al abrir la puerta, salió un olor tan pestilente de aquel oscuro agujero que era la habitación, que a Manolo y a mí nos entraron remordimientos de conciencia (aunque parezca mentira tenemos conciencia) y decidimos decirle al guardia que ya era suficiente. Aunque nos costó convencerle, ya que él quería seguir adelante con la broma de sus amigos del Dakar e intentaba meterles en la celda, mientras Javier y José Carlos nos miraban hablar con él con los ojos abiertos como platos y la cara más blanca que la pared. Bueno, que una pared recién encalada, porque a la de aquel pasillo de blanco le quedaba ya poco. Detrás de nosotros, el resto de los policías habían decidido que ese espectáculo era más interesante que el de la televisión y se estaban partiendo de risa. Aproveché el momento para meter la cabeza dentro de la celda, que era una habitación rectangular, sin ventanas y con un agujero en el suelo, en una de sus esquinas, que debía ser el “servicio”. El olor que despedía aquella habitación era insoportable.

Acabada la broma, nos despedimos de los policías, nos fuimos al coche y pusimos camino hacia el hotel, convencidos de que en Senegal resulta bastante conveniente ser respetuoso con la ley para no acabar en una de esas mugrientas cárceles.

Volviendo al tema de la ropa y del Dakar, una vez que tenemos organizada la maleta, hay que seguir una pequeña rutina para el día a día. Por la experiencia que tengo, en el coche no suele haber mucho sitio, aunque siempre puedes encontrar un hueco para una pequeña mochila, que te ayudará a mantener un aspecto decente durante la carrera. Ésta, la llevarás siempre dentro del coche, mientras la maleta viajará en el camión T5, que sigue la carrera por una ruta paralela, a veces más larga que la que tienes que hacer tú con el coche de competición. De esta forma, es muy fácil que llegues tú al campamento bastantes horas antes que el camión, por lo que, si no tienes para cambiarte, tienes que esperar bastante tiempo con la ropa sucia puesta. Para evitarlo, metes en la mochila la muda del día siguiente, un pantalón corto y el neceser, que tendrás contigo en el momento de llegar al final de etapa. Así puedes aprovechar para pasarte por las duchas del campamento y asearte.

Por cierto, ya que hablamos de duchas, sobre este tema hay variadas opiniones. Hay quien piensa que aquello es algo así como una carrera de guarros en las que muy pocas veces puedes quitarte de encima la roña que vas acumulando durante días. Pero nada más lejos de la realidad, pues el que diga que ha ido al Dakar y no ha podido duchase, o miente, o es un poco guarro. Porque cada día la organización monta unas duchas en el campamento, duchas que, evidentemente, no son lo que conocemos con ese nombre en nuestras casas, pero que sirven perfectamente para la función para la que fueron concebidas. Dependiendo del país en el que estés, unas veces son unas sólidas duchas fabricadas con tablas y con grifos de agua caliente, o fría; otras están fabricadas con lonas, sobre las que hay un tubo por el que cae un chorrito de agua; y en otros casos te puedes encontrar con unas duchas fabricadas con hojas de palmeras, que cubren tan poco que te daría igual bañarte en medio del campamento, en cuyo interior hay un cubo con agua que utilizas para ir lavándote y enjabonándote. Una vez que estás bien enjabonado, coges el cubo, lo levantas y vacías todo su contenido sobre tu cabeza para aclararte. Un método rústico, pero tremendamente efectivo. Te quedas como nuevo. Al acabar metes la ropa sucia en la bolsa, que cambias por una nueva una vez que llega el camión de asistencia, para repetir la misma operación al día siguiente. Fácil, ¿no? Como se puede ver, una buena planificación anterior a la carrera puede hacernos la vida mucho más fácil.

Y es que, si durante el Dakar tienes mucho trabajo corriendo todo el día, preparando las etapas, o paleando en la arena cuando te has quedado atascado, no menos importante es una buena planificación anterior al día de comienzo de la competición. Planificación que también incluye hacer una buena campaña de promoción para que tus patrocinadores puedan amortizar una buena parte de tu participación antes de que comience el rallye. Este es un aspecto al que muy pocos participantes suelen dar importancia, pero que resulta vital si quieres que tus patrocinadores te apoyen muchos años. Así, en los prolegómenos anteriores al raid no puede faltar un buen acto de presentación del equipo, en el que invitas a los patrocinadores, a la prensa y a amigos para dar a conocer tu programa, tus objetivos. Es también importante contar con un buen dossier de prensa, con sus textos y sus fotos, para repartir al final de la convocatoria. Unas fotos que, eso sí, por aquello de que en las carreras siempre se quedan muchas cosas para el último día, se suelen hacer muchas veces el día antes, con el tiempo pegado y con el riesgo de romper algo durante la sesión fotográfica. Pero bueno, nunca pasa nada, o casi nunca.

En mi cuarto Dakar todo estaba planificado a la perfección. Ese año había corrido para el equipo oficial Nissan en el Campeonato de España de Rallyes TT junto con Marc Blázquez, rodando el coche laboratorio que sería la base del vehículo que se utilizaría la temporada siguiente para una copa de promoción. Nuestros resultados fueron mucho mejor de lo esperado y a final de año la marca decidía que terminaríamos la temporada participando en el Dakar con un Pathfinder de Tecnosport. Era nuestro premio por una temporada casi perfecta.

El día antes al de la presentación habíamos quedado en Barcelona para hacer una sesión fotográfica, en la que además estaría Jesús Fraile, de Televisión Española, para hacer unas entrevistas que luego se emitirían en los programas previos a la carrera. A primera hora de la mañana me planté en Barcelona, me recogieron para ir al concesionario en el que estaba guardado el coche, que acababa de llegar de Italia, y nos pusimos manos a la obra. Primero fotos nuestras: ahora los dos juntos, ahora uno a uno, ahora con la camisa, ahora con el mono, ahora con el anorak, ahora al lado del coche, ahora dentro del coche… Estas sesiones suelen resultar largas, pero son gajes del oficio.

Acabadas las tomas estáticas, nos montábamos en el coche para dirigirnos a una cantera en la que realizaríamos unas fotos de acción, momento que también serviría para hacer unas tomas para la tele. Esa era la primera vez que me montaba en ese coche, y como Marc sí lo había probado antes, mientras nos dirigíamos al sitio comencé a preguntarle por sus características.

– ¿Qué tal va esto? – le pregunté.

– La verdad es que no va mal –me contestó-, y acostumbrados como estamos al coche de serie de todo el año, nos va a parecer un cohete. Seguro que lo pasaremos bien.

– Seguro.

Llegamos al punto fijado, nos pusimos los cascos y comenzamos a rodar. La verdad es que ese tipo de sesiones nunca me han gustado mucho, ya que se trata de hacer tomas espectaculares, pero nunca las haces con la concentración que tienes durante una competición. Vas demasiado relajado. Hicimos varias pasadas por un salto en ambos sentidos, mientras íbamos comentando la jugada, y en ese momento Marc me dijo:

– Lo que menos me gusta de este coche es la suspensión trasera. Me parece demasiado seca, poco progresiva.

– No sé- le contesté-, quizá sea porque llevamos el depósito vacío. Ten en cuenta que la suspensión debe estar pensada para aguantar el peso de los 400 litros del depósito. No se me ocurre otra explicación.

– Puede ser –me dijo él mientras tomábamos una curva a izquierdas, no demasiado deprisa, para volver a encarar el salto. En ese momento, de repente, noté como el coche, que estaba derrapando del tren trasero, se quedaba clavado de golpe y se ponía en dos ruedas, demasiado en dos ruedas. No me podía creer lo que estaba pasando, pero cuando veía acercarse el suelo por mi ventanilla supe que iba a pasar lo inevitable: estábamos volcando. No pensé que fuéramos a hacernos daño, pues íbamos muy despacio, pero en esas décimas de segundo, que recuerdo como larguísimas, se me pasó de todo por la cabeza, que estábamos volcando y lo estábamos haciendo delante de todo el mundo, que al día siguiente era la presentación a la prensa, a la que venía Gilles Normand, el presidente de Nissan, y el Pathfinder iba a estar un poco arrugado. ¿Qué íbamos a decir? Parece mentira todo lo que te da tiempo a pensar en un espacio de tiempo tan pequeño. Y mientras estaba con mis pensamientos, vi y sentí como mi retrovisor se empotraba contra el suelo y se destrozaba con un fuerte crujido. Vi que el suelo se acercaba, que luego se volvía todo muy oscuro y que de repente volvía la luz, pero ya no sabía si estábamos boca arriba o boca abajo. Sólo había ruido y cosas saltando por todos los lados. Después de volcar sobre mi puerta, el coche dio un pequeño salto y no llegó a tocar con el techo, pero cayó sobre el lado de Marc produciendo un fuerte crujido. El coche casi llegó a ponerse otra vez de pie, aunque como no tenía la inercia suficiente, al apoyar las ruedas izquierdas paró su movimiento y volvió a caer en sentido contrario, quedando apoyado en el suelo sobre el lado de Marc. Se hizo el silencio.

Capítulo 4